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sábado, 1 de julio de 2017

The White Tuxedo

“Lo he visto antes en algún lugar”, pensé, al tiempo que mis ojos se posaban con disimulo sobre su esbelta figura. Estaba un noventa por ciento segura de que no se trataba de un miembro de la policía científica. Dada su apariencia atlética y robusta, todo parecía indicar que estaba más bien acostumbrado al trabajo físico, si bien es cierto que varios miembros de mi unidad se mantenían en buena forma, sin dejar por ello de ser ratas de laboratorio. “Quizá James ha trabajado en algún caso con él”, aventuré, “y por eso me resulta tan familiar”. Detuve la mirada unos segundos sobre su estrecha cintura. El tuxedo color blanco se ceñía a ella con una precisión exquisita, como si se tratara de un guante de piel hecho a medida. Un molesto hormigueo comenzó a extenderse por mis dedos, al tiempo que un anhelo irracional tomaba posesión de mi cuerpo. Imaginaba cómo sería el tacto de aquella tela blanca entre mis dedos, lisa y aterciopelada, carente de imperfecciones. El hormigueo se hizo más intenso, instándome a que extendiera los dedos hacia la prístina tela…
            
—Disculpe, señorita —una sorprendida voz de barítono me devolvió bruscamente a la realidad. Parpadeé dos veces, como si eso fuera a ayudarme a superar el estado de embeleso en el que me había visto sumergida, tan sólo unos segundos atrás—. Su rostro me resulta familiar. ¿Nos hemos visto antes?
            
Alcé la vista de forma que pudiera mirar directamente a los ojos de mi interlocutor. El portador de aquel traje de ensueño estaba dirigiéndose a mí. A pesar de su semblante serio e imponente, sus ojos transmitían un aura de mofa y diversión, como si estuviese disfrutando de una broma privada. “¿Y si se ha dado cuenta de que me he quedado embobada mirando su traje?”, aposté, al tiempo que sentía una fuerte ola de calor posarse sobre mis mejillas. El extraño sonrío, mostrando una fila de dientes cuyo esmalte parecía verse seriamente dañado, muy probablemente por el frecuente consumo de tabaco. Reprimí una mueca de aversión. Mi dentadura estaba muy lejos de ser perfecta y, por tanto, no tenía derecho a juzgar la de los demás, me recordé. Fijé la vista de nuevo en sus ojos, sólo para detectar una nueva imperfección en su physique: al sonreír, unas finas líneas de expresión se habían formado en las comisuras de los mismos. “Debe de rondar los cuarenta”, sentencié, para a continuación recordar que aquel extraño acababa de hacerme una pregunta. La musicalidad de su acento no dejaba lugar a dudas, el extraño de dientes amarillos era irlandés, y, al parecer, también le sonaba mi cara.
            
—Eso creo, señor —repliqué, esforzándome al máximo para que la voz me temblara lo menos posible. Nunca se me ha dado demasiado bien eso de lidiar con desconocidos—. Pero me temo que ahora mismo no consigo ubicarle. ¿También se dirige a la fiesta? —añadí, señalando con la mano su elegante traje. El extraño asintió.
            
—El capitán tiene la mala costumbre de organizar una fiesta cada vez que a su mujer se le ocurre donar fondos para alguna causa benéfica —replicó molesto—. Si tanto le preocupan los pobres, que los acoja en su casa, o les dé la mitad de su fortuna, en lugar de dar discursos vacuos ante una multitud de hipócritas vestidos de Armani.
            
La dureza de sus palabras me recordó al fervor enfurecido con el que James solía describir a la esposa de nuestro capitán. A pesar de que llevaba algo más de dos años trabajando en la comisaría de Ravensville, un pequeño pueblecito situado al norte del condado de Lancaster, ésta era la primera vez que el capitán había tenido a bien invitarme a una de las famosas fiestas benéficas de su mujer. Para la ocasión me había puesto uno de los elegantes vestidos que mi tío solía enviarme desde París, y que yo había relegado sin remordimiento alguno al baúl destartalado y lleno de polvo que conservábamos en el desván. Charlaine había recogido mi larga melena azabache en un moño alto que, según ella misma afirmaba, acentuaba mis rasgos aniñados. Una gruesa capa de maquillaje ocultaba al mundo mi eterna palidez, al tiempo que me hacía parecer una persona totalmente diferente. No me reconocía en el espejo del ascensor. La extraña que me devolvía la mirada no podía ser Victoria Dubois. “James tenía razón después de todo”, sentencié. “El secreto para encajar en este tipo de eventos es disfrazarse de payaso y comportarse como tal”.
            
—¿Trabaja usted para la científica? —preguntó directamente, tras unos segundos de intenso escrutinio. La brusquedad con la que había formulado la pregunta me pilló un poco por sorpresa, si bien aquel extraño de acento irlandés no parecía ser la clase de persona que se anduviera por las ramas.
            
—Así es. Soy Victoria Dubois, médico forense del turno de día —me presenté, al tiempo que le tendía la mano para que me la estrechase.
            
—Aidan O’Connor —replicó, apretando mi mano suavemente, pero con firmeza—, detective del turno de noche.
            
Todo pareció encajar en ese momento. Por supuesto que no lo había reconocido en aquel traje tan caro y ostentoso. Se había afeitado la descuidada barba pelirroja y desenredado la enmarañada cabellera rizada que había captado mi atención unos meses atrás. Sus penetrantes ojos color turquesa lucían ahora despiertos y vigilantes, en lugar de inyectados en sangre, como solían estar cada mañana en el ascensor de la comisaría. No cabía duda de que Aidan era un ave nocturna. Posé la mirada sobre su impoluta camisa blanca, que había sustituido a sus raídas camisetas de Iron Maiden y Metallica.
            
—Usted trabaja con John Silver —no era una pregunta. La rivalidad entre los tenientes Silver y Martínez era legendaria. Nadie tenía las agallas de comentarla en voz alta, pero los miembros de ambos equipos eran lo suficientemente inteligentes como para no confraternizar. Hasta ahora.
            
—Y usted trabaja con Jennifer Martínez —concluyó, una sonrisa traviesa dibujándose en su rostro—. Me temo que no la había reconocido sin sus sudaderas de gatos y sus vaqueros azules. Aunque debo reconocer que el color de este vestido realza considerablemente el tono de su piel.
            
¿Se estaba mofando de mí? Quizá estuviera deleitándose en el dulce sabor de la venganza por todas las veces que James le había dirigido una mirada desdeñosa y amenazante. A pesar de ser afroamericano, y de haber vivido el racismo en su propia piel, James había desarrollado un odio patológico hacia todo aquello que fuera irlandés desde que el novio de Charlaine la hubiera dejado embarazada dos años atrás. Patrick se había marchado poco después de que diera a luz, dejándola sola, sin dinero, y con un hijo al que alimentar. Aidan le recordaba al que había sido su cuñado, el mismo acento engañoso, el mismo tono de pelo, el mismo país de origen. James había decidido que ese hombre no era de fiar.
            
—Debo confesar que yo tampoco lo había reconocido a usted, pues hoy va elegantemente ataviado, y hasta parece que se ha duchado.
            
Aidan soltó una carcajada divertida ante mi comentario que, lejos de haberlo ofendido, pareció simplemente haberlo cogido por sorpresa. Charlaine solía decirme que la gente tendía a hacerse una idea equivocada sobre mí basándose en mi apariencia. Mi rostro angelical y atuendo infantil les llevaba a pensar que era una muchacha tímida e inocente, con escasas habilidades sociales. Por eso, cuando tenían la oportunidad de conocer a mi verdadero yo, solían comprobar con asombro que sus predicciones acerca de mi personalidad habían resultado ser, en su mayoría, poco acertadas.
            
Después de lo que me había parecido una eternidad, el ascensor llegó por fin a nuestro destino. El capitán había escogido el salón de eventos del hotel Ice Palace, situado a las afueras del pueblo, para acoger a los doscientos invitados que iban a donar parte de sus fortunas con el fin de hacer del mundo un lugar mejor. Posé la mirada de nuevo sobre mi acompañante, específicamente en su costoso esmoquin, y me pregunté de dónde lo habría sacado. Un detective de la comisaría de Ravensville no podría permitirse un traje tan caro, ni aun ahorrando todos sus sueldos durante el resto de su vida. Quizá se lo habían prestado, o a lo mejor se trataba de un traje alquilado.
            
—Es de mi padre —indicó, como si hubiera seguido mi línea de pensamiento y quisiera satisfacer mi curiosidad—. Es su traje de bodas. Mi abuelo se lo regaló, y lo ha conservado desde entonces. Suerte que somos de la misma talla —añadió, una sonrisa amable dibujándose de nuevo en su rostro.
            
Aparté la mirada, muerta de vergüenza. ¿De verdad mis pensamientos eran tan fáciles de leer o es que el detective O’Connor tenía poderes telepáticos? A juzgar por las veces que mi falta de discreción nos había metido a Charlaine y a mí en algún que otro lío, me incliné por la primera opción. En el futuro, debía tener más cuidado en camuflar mis emociones. Sólo esperaba que mis suposiciones acerca de su poder adquisitivo, o la falta del mismo, no hubieran ofendido a Aidan.
            
—He oído que es usted hispano-francesa —confesó, ofreciéndome su brazo con gentileza. En cualquier otra ocasión habría rechazado educadamente tal ofrecimiento por parte de un extraño, pero dada mi falta de práctica en el arte de caminar con tacones, me vi obligada a aceptarlo con presteza. Mi nuevo amigo esbozó una sonrisa triunfante con disimulo, al tiempo que entrábamos por primera vez en la enorme sala de banquetes.
            
—Así es. Nací en España, pero he pasado gran parte de mi vida en Francia, con mi tío y mi primo.

            
Busqué a James con la mirada a través de la abarrotada estancia. La suya se posó sobre mi acompañante, una mueca de asco formándose en su rostro al instante. Tragué saliva en un intento por deshacer el nudo que se había formado en mi garganta. Poco podía imaginar que aquél no sería el único sinsabor que nos depararía la noche…

4 comentarios:

  1. Hola, Athenea.
    Es muy agradable volver a leerte después de tanto tiempo.
    El relato me ha gustado, tu estilo es fluido y la lectura se me ha hecho muy amena, pero he encontrado un pequeño fallo en esta frase:
    Has puesto "El extraño sonrío, mostrando una fila de dientes [...]". Creo que querías decir "sonrió", en pasado.
    Por cierto, ¿vas a escribir una segunda parte de este relato?

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  2. Ups, sí, he puesto el acento donde no tocaba. Gracias por avisarme, ahora lo cambio :) Tenía pensado continuar la historia, quizá en forma de novela negra. ¡Muchas gracias por leer y comentar!

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  3. Estaría bien que lo continuaras como novela negra partiendo de la base de los protagonistas. Un caso en el que trabajen juntos, tensión, romance y una buena trama criminal.

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  4. Tenía pensado continuarlo como novela negra y algo de romance, ¡has dado justo en el clavo! Creo que estos dos personajes podrían dar mucho juego. ¡Muchas gracias por leer y comentar!

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